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El relevo del diseño en el panorama nacional.

Durante mucho tiempo Barcelona ha liderado de forma incuestionable el diseño de nuestro país. Y no sin mérito.
Aquí se fundó la escuela más antigua de diseño (1775) y también la primera asociación profesional del diseño industrial de España (1961).
Barcelona ha sido la cuna de algunos de los maestros y pioneros más reconocidos del diseño, como por ejemplo André Ricard, Rafael Marquina o Miquel Milà, entre muchísimos otros. Diseñadores sin los que hoy el diseño sería seguramente muy distinto, aquí y fuera.
En el plano empresarial y/o económico, a lo largo de muchas décadas, la industria catalana y sus marcas, tradicionalmente formadas por PYMES de carácter exportador, han sido también las primeras en asociar el diseño y la innovación a sus nombres y defenderlo por todo el mundo.

En Barcelona se organizó uno de los congresos más importantes del ICSID (1971) que se recuerdan, marcando claramente un punto de inflexión en la profesión y en la visualización del diseño industrial como parte fundamental y transformadora de las sociedades.

Durante la década de los ’80 -aunque con una más que cuestionada interpretación de la idea de “Diseño” que se defendía- Barcelona también vivió su propio boom que, influenciado por los movimientos que provenían de Italia, colocó al diseño y a sus agentes en el epicentro de la sociedad y del país. Un periodo de explendor que culminaría con las olimpiadas de Barcelona 92, el Cobi y los “diseñadores estrella” de fondo. Barcelona se hizo marca.

A finales de la década de los '90, Barcelona organizó la primera y mejor “Primavera del Disseny” que ha existido nunca. Un evento refrescante e intelectualmente excitante que, seguido de forma masiva por la ciudadania, la administración y los profesionales, logró llevar el diseño a todos los rincones de la ciudad.

Pero a partir de aquí; nada.

El siglo XXI empezó muy mal para el diseño industrial catalán. Con una Barcelona plenamente convertida en una marca, las escuelas de diseño cambiaron sus planteamientos académicos para disputarse el suculento pastel económico que generaba toda esta estela. Barcelona se convierte en una ciudad escaparate y en un lugar de peregrinación para miles de estudiantes de diseño al mismo tiempo que empieza su propio declive.

Durante las últimas dos décadas, una gran mayoría de nuestras escuelas de diseño han cambiado el fondo por la fama y hoy son, más que los centros intelectuales del diseño que debieran ser, meros negocios y cajas registradoras.
Paralelamente, nuestras organizaciones y asociaciones, marcadas por estas mismas directrices, han venido sometiéndose a una pasmorosa superficialidad que defiende principalmente a un diseño destinado a las élites. Han logrado dar forma propia al estereotipo del diseño que, ajustado a su imagen y a sus intereses, solo beneficia a un grupo de afamados y “bien posicionados” diseñadores, administrativos y gestores del diseño. El diseño es hoy, en Barcelona, el diseño de unos pocos.

Y aquellas empresas –las nuestras- que escribieron con letras doradas la palabra Diseño en el mundo, en su mayoría, han sido barridas progresivamente por unas crisis que han encontrado muy poca resistencia de este nuevo y hueco diseño de escaparate.

Hoy València está nombrada a ser Capital Mundial del Diseño 2022. Y no sin mérito. Es posible que muchos se pregunten y con razón: ¿Dónde está la Barcelona que “lideró”, en gran parte, el diseño del siglo XX de nuestro país?

Mientras València ha zurcido la historia de su diseño y su diseño mismo a la tierra, es decir que lo ha arraigado a una realidad, a un contexto y a un valor palpable y transversal configurado a través de una industria cómplice y de unos profesionales que han basado su estrategia en el esfuerzo, la economía y el tiempo, Barcelona abandonó el diseño a finales de los ’90 para vivir de rentas.
En este sentido, mientras las escuelas y universidades valencianas han sabido formar a sus jóvenes diseñadores para plantear un diseño destinado a las empresas y las empresas han visto en el diseño valenciano a un claro aliado, las carísimas y afamadas escuelas de diseño de Barcelona solo han ofrecido -en la práctica- un salvoconducto basado en un presunto prestigio adquirido que abría las puertas laborales del sector. Por lo menos hasta ahora y para muchos.

València es Capital Mundial del Diseño 2022 y con mérito. Una circunstancia que aportará reconocimiento y traerá más prosperidad a la ciudad levantina y al diseño. Un hecho histórico que obliga a trasladar obligadamente la bandera del diseño nacional de Barcelona a València (si acaso la ostentaba actualmente la capital catalana).
Posiblemente nuestros colegas valencianos culminan así un esfuerzo fraguado minuciosamente durante muchos años que, transformado ahora en reputación, marcará los nuevos pasos para el futuro del diseño y la sociedad, tanto valenciana como el de otras idiosincrasias geográficamente cercanas.

En lo que se refiere a Barcelona, el impacto de este relevo forzoso está por ver pero no es absurdo pensar que, si no empezamos a endurecer nuestra crítica, como he defendido en tantas ocasiones desde estas páginas, el batacazo será monumental porque si actualmente Barcelona solo está perdiendo peso intelectual, a partir de ahora mucho me temo que empezará también a perder interés, estudiantes, nombre y quizás hasta empresas. Es decir, que posiblemente perderá prestigio, dinero y poder. Algo que una ciudad como Barcelona no puede permitirse en el ámbito de una profesión que lo ha sido todo aquí y en el conjunto de España.

El diseño catalán está en declive desde hace mucho tiempo. No es nada nuevo aunque muchos no han sabido verlo o no han querido hacerlo porque esta situación les ha beneficiado. València solo nos ha dado la puntilla.
En cualquier caso, todo esto debe servirnos para reaccionar. Debemos empezar a cambiar el rumbo de nuestro diseño -el catalán- porque diseñadores, tradición, empresas e historia no nos faltan. Mientras tanto, desde la más absoluta humildad y sinceridad, ante esta merecida capitalidad mundial, tenemos que dar la enhorabuena a nuestros colegas valencianos. Desearles lo mejor y disfrutar junto a ellos esta etapa pero sobretodo aprender de su rigor para fijar nuevamente la mirada en el futuro del diseño catalán.

Y como es posible que muchos se lo pregunten, aprovecho para responderles desde aquí: NO. El contexto político actual catalán nada tiene que ver con la pérdida de relevancia del diseño barcelonés y/o catalán. Justificarlo en base a esta coyuntura es oportunista e incluso hasta cruel.
Es cierto que un hito como el que ha logrado València precisa de un gran respaldo económico y político y que posiblemente las administraciones catalanas están más "estancadas" que hace un tiempo pero la realidad es que, hace 20 años, Barcelona optó por un tipo de diseño-fachada que ya no da más de sí porque se ha exprimido hasta su última gota. No busquemos los cinco pies al gato.

Septiembre 2019