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Diseño que no es diseño. Una generalización peligrosa

En estas páginas encontraréis sobradas alusiones y exposiciones sobre como entiendo el diseño industrial. Siempre sometido a un encargo y siempre ante la necesidad de un cliente vs su producto y mercado vs sus usuarios.

Este planteamiento no se reduce a una mera opinión personal. Creo que va más allá y es en realidad una regla objetiva fundamental sobre la que se organiza, por lo menos en términos generales, nuestra disciplina.
De ser así, que probablemente lo es, debemos tenerlo en muy cuenta y exigir este enfoque a nuestros colegas pero también al sector empresarial que demanda nuestros servicios.
En este sentido la divulgación del diseño, que tanta falta nos hace y que tan errónea ha sido en los últimos años, debe de mirar en esta dirección.

Dada la importancia del asunto hoy quiero nuevamente reflexionar sobre ello. O mejor dicho, quiero evidenciar una práctica del diseño que no debería generalizarse porque deforma y vanaliza nuestra profesión.

Hace unos días tuve la oportunidad de hablar con un empresario que está al mando de una reconocida empresa del sector de la oficina. Está sorteando la crisis con bastante fortuna a través de una estrategia donde el diseño industrial es fundamental. Lógicamente recurre a diseñadores de forma habitual y vive –y también sufre- en primera persona el sector del diseño.

En una breve pero muy distendida charla tuvimos ocasión de comentar los procedimientos que llevamos a cabo los diseñadores y los diferentes servicios que abarcamos. Y pudimos ver, contrastando ejemplos, la diferencia sustancial que existe en la forma de entender la cultura del proyecto y el encargo, tanto por parte de los diseñadores como por parte de las empresas.

Hablando sobre el trabajo que realizamos los diseñadores volvió a demostrarse que no existe un orden. No se establece un umbral de mínimos. No disponemos de una uniformidad que nos permita, de forma objetiva, valorar lo que es más correcto para la finalidad del proyecto y la de nuestros clientes. Se trabaja mal. Es hora de aceptarlo, decirlo y hacer autocrítica.

Es cierto que muchos de los problemas que ocasiona un mal diseño no se conocen. Se habla de los resultados y de todo lo positivo que ofrece y parece que todo se hace bien. Lamentablemente bajo esta creencia se siguen haciendo las cosas mal arrastrados por una inercia general.

No diseñamos bien. Quizás lo parece porque, como he dicho, no aflora un procedimiento de diseño -pobre y generalizado- sencillamente porque las empresas lo hacen desaparecer y/o lo cubren con todos los esfuerzos que realizan para que los productos vean la luz y puedan extraerles rédito.

Actualmente se ofrece un diseño devaluado del que debemos hablar porque no es diseño.
No es diseño generar ideas sin encargo con el propósito de disponer de un catálogo de “objetos” que vender a empresas.
No es diseño preparar un álbum de "fotos" para llamar a las puertas con la intención de que el cliente pueda seleccionar sus nuevas colecciones entre nuestras propuestas.

Como diseñadores no podemos plantear productos que no emanen de una necesidad precisa y directa del cliente, o en su defecto desde otro agente ligado a la estrategia del diseño; llámese mercado y/o usuario.
No puede generarse desde la subjetividad del diseñador. Por lo menos no, reitero, en términos generales.

El diseño se motiva siempre al amparo de un briefing concreto y no existen, en esencia, dos iguales porque de ser así no existiría el diseño y la capacidad de innovar.
Así pues no podemos tampoco –los diseñadores- ofrecer (cómo lo hacemos) a nuevos clientes lo que otros clientes rechazaron. Un proyecto se ajusta a una concreción que otro cliente y/o empresa no tiene porque tener. Ofrecer esto como diseño es un gran engaño y además no es ni elegante ni profesional.
De esta forma no es de extrañar que muchos productos no alcancen las cotas de mercado pretendidas.

No podemos generar proyectos que, ante la falta de clientes y recursos, estén solo montados sobre bocetos y/o atractivas imágenes. Proyectos no solucionados que ni tan siquiera establecen mínimamente la necesidad económica en inversiones y costes de ese seleccionado presunto cliente. Una barbaridad que sucede a diario y que tenemos que denunciar. Es nuestra responsabilidad.

Diseñar es, en esencia, resolver problemas surgidos de nuevas necesidades o de necesidades conocidas que aun no han sido bien resueltas. Problemas que provienen directamente desde otros ámbitos como la empresa, el mercado y/o los usuarios pero no desde el diseño de forma directa. No es su papel. Debemos entenderlo o en su defecto aceptar esta premisa.
Sin esta motivación, en ese estricto marco real, no existe el diseño y por esta razón, no solo es vano sino que resulta muy difícil y complejo, por no decir imposible, establecer procesos de diseño. Esto es bastante lógico.

Y esta precaria práctica del diseño industrial es pobre y totalmente engañosa. La realice un estudiante, un joven profesional o una vaca sagrada del diseño. Y acabe como acabe, que por fortuna normalmente siempre acaba bien por el empeño y el propio interés de las empresas.

Los diseñadores tenemos nuestras responsabilidades pero las empresas no deberían tampoco avalar esta presunta práctica del diseño porque no es diseño. Es humo.

Pero entonces, ¿Por qué se admite y sobrevive esta práctica?

Principalmente por dos factores. En primer lugar porque todos los sectores están en crisis, incluido el diseño. Esto provoca que los diseñadores, ante la falta de encargos y clientes, se busquen la vida como pueden y utilizan este tipo de procedimientos para abrirse nuevas puertas. Tan solo se necesitan a sí mismos. No precisan tener un encargo porque se autoencargan. Ni un cliente porque los seleccionan después.

En el actual contexto es comprensible que esto suceda. En realidad nadie les puede decir que no lo hagan. Pero como profesionales, pertenecientes a un colectivo, deberían ser sinceros consigo mismos y pensar si no es preferible no diseñar, si no se tiene la oportunidad, a hacerlo afectando a todos.

Y el segundo factor lo econtramos en que a muchos empresarios esta precariedad del diseño industrial les va también muy bien. No tienen la necesidad de buscar. Es el diseño el que llama a su puerta una y otra vez. Por si fuera poco, en términos económicos esto les supone una ventaja porque suelen pagar solo por aquello que quieren y además lo hacen por royalties por lo que no pierden si no ganan.
A ellos les debemos pedir que piensen si no preferirían que sus lanzamientos fueran más efectivos y además evitar el sufrimiento de tener que dar solución a proyectos superficiales.
Porque así sería si atendieran al procedimiento más ortodoxo del diseño: El encargo.

Así pues, entre los unos –nosotros los diseñadores- que intentamos abrirnos un camino profesional como podemos. Y los otros –los empresarios- que encuentran ciertas ventajas en este procedimiento, avalamos y permitimos una práctica deformada del diseño industrial.

Es una pena pero es una realidad.

Personalmente cuando no tengo nada que diseñar, es decir cuando no tengo un encargo directo, no diseño. Y todos aquellos proyectos que un cliente rechazó acaban en un cajón para siempre.
Quizás esta es una demostración de lo mucho que me apasiona y respeto el diseño porque antes de iniciar y/o abrir caminos o diálogos con un diseño que no es el más correcto –por lo menos para mi- no lo hago.

Junio de 2013