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Estrategias para la potenciación del sector del diseño industrial.

Cuando miramos al sector del diseño industrial con proyección a largo plazo es muy importante saber donde tenemos que dirigir la mirada. Pensar en términos de futuro y sociedad debe obligarnos a circunscribirlo en todos aquellos sectores que son capaces de generar sólidas –y suficientes- dinámicas económicas de tipo estructural. Es decir, debemos entroncarlo en todas aquellas estructuras sobre las que es posible configurar modelos de sociedad, como por ejemplo la industria.

Pero durante los últimos tiempos, el camino emprendido al respecto del posicionamiento del diseño parece basarse principalmente en mirarnos a nosotros mismos como colectivo sin atender nuestro alrededor y mucho menos centrar el foco de nuestro trabajo en la industria y su potencial crecimiento como una condición imprescindible. Muy al contrario, la industria empieza a ser tomada como algo arcaico –de otros tiempos pasados- y se empieza a dar por perdida en Pro de una era Post-industrial llena presuntamente de ínfinitas oportunidades.
Sin negar que pueda llegar este momento, está muy claro que no es fértil plantear en la actualidad acciones sobre entelequias. Por lo menos, no de forma inmediata y con garantías de continuidad. Tenemos que seguir generando y defendiendo todas aquellas políticas que pueden implemantarse mañana mismo y que, siempre más allá del diseño y de nosotros particularmente como diseñadores y colectivo, son capaces de ofrecer ese marco económico en el que el diseño industrial puede desplegar su propio programa social.

No nos engañemos, la industria es la clave –sigue siendo la clave- y sin embargo, bajo la estúpida creencia de hallarnos en una nueva era, nos obligamos a matarla en vida y con ella al diseño industrial mismo. Porque el diseño al amparo de cualquier otro sector que no tenga esa capacidad dinamizadora y transformadora no podrá apenas generar valor más allá del servicio concreto que presta a ese mismo sector particular. Y aquí se trata de diseño y sociedad, ¿no?.
Además, nuestro reconocimiento como sector nacerá exclusivamente desde la responsabilidad adquirida con la sociedad y nuestro papel imprescindible con los agentes económicos capaces de generar riqueza de forma estable y continuada. Por esta razón, de poco sirve dejarse arrastrar por una sociedad que tiende mayoritariamente a los servicios y al turismo, por mucho que el diseño pueda gozar en este contexto del prestigio y del reconocimiento que algunos tanto anhelan.
Le corresponde al diseño industrial adquirir la responsabilidad de proponer y participar en la creación de un modelo social específico y sostenible.

Negar la industria no impedirá que siga existiendo, ni tampoco un diseño industrial que está necesariamente anexado por naturaleza a ella. Mirando hacía otro lado solo lograremos que, primero se deslocalice irremediablemente un sistema productivo que genera estabilidad y prospéridad para que, posteriormente, sea el propio diseño el que emigre a su lado.
¡Abramos los ojos! Alejarnos de este motor social y económico es ofrecer, en bandeja de plata, el diseño a otras sociedades industrializadas porque existir, existen y seguirán existiendo. Mientras tanto en nuestra Post-industrial Freedonia seguiremos organizando el mundo del corto plazo al mismo ritmo que consumimos una ingente cantidad de productos físicos que ahora serán pensados, fabricados y rentabilizados por otros.

No hace falta buscar informes sobre diseño y economía, ni ser un entendido en materia de estructura social y económica. Nuestro país, formado tradicionalmente por un conjunto de diversas “micro-sociedades” (permítanme el término), con también muy diferentes caracteres identitarios, culturales, geográficos y sectoriales, es un magnífico ejemplo para estudiar y comprender las enormes ventajas que supone organizar una sociedad bajo un modelo u otro y el peso que el diseño + industria tiene dentro de estos modelos.
Solo tenemos que analizar como fluctúa el índice de paro en las diferentes zonas para darnos cuenta, de forma indiscutible, que su dibujo está estrechamente relacionado con el sector económico predominante. De esta manera, podemos ver como en aquellas zonas donde existe más suelo industrial y/o donde la industria es un sector estructural organizado económica, social y educativamente dando como resultado un modelo productivo concreto, como es el caso del País vasco, Valencia o Cataluña, el paro se comporta con menor agresividad porque es estrictamente coyuntural. Es decir, está mucho menos sometido a circunstancias externas y éstas son muy particulares, lo que nos permite incidir de forma directa con mayor control. Este es un rasgo muy importante de estos modelos organizativos-productivos porque en épocas de depresión nos permite llevar a cabo acciones (elevar la inversión en I+D+I, plantear rebajas fiscales, aumentar las ayudas a las industrias y/o mejorar la cualificación y/o especialización de los trabajadores...) destinadas a revertir las situaciones puntualmente más díficiles.
Por decirlo de otra forma, en estos ámbitos geográficos donde la industria es un sector de peso, la recuperación económica -y con ello la mejora de los índices de paro- no solo es objetivamente mucho más rápida y acentuada sino que, el mejor control de sus parámetros económicos suele evitar también el agravamiento.
La estabilidad y la previsibilidad de este modelo nos deja un mayor margen de actuación preventiva: Por un lado, la mejora constante del propio sector, siempre con visión de futuro (y siempre en clave social) y por el otro, la creación de herramientas destinadas a minimizar las consecuencias negativas de las crisis generales.

La estrecha relación -y lógicamente la repercusión- que el diseño industrial tiene en este tipo de organización social está clarificada en la gran cantidad de profesionales, órganos de organización del diseño existentes y el gran prestigio de los centros académicos que se concentran en estas regiones específicas.

Y aunque hablar de la felicidad del individuo es realmente complejo, muy posiblemente sus ciudadanos tienen mejor percepción al respecto porque reconocen una mayor confianza en el sistema y gozan de un mayor bienestar y satisfacción porque pueden, con mayor facilidad y garantía, llevar a cabo sus proyectos de vida. Que no es poco.

Para acabar, no es casualidad que en el extremo contrario y con mucho peor dibujo en las gráficas de paro esten normalmente todas aquellas comunidades donde la industria no es un sector estructural. En estos contextos que todos conocemos dentro de nuestro país, tener un control efectivo de la ocupación resulta realmente muy difícil y crear estrategias sociales basadas en las oportunidades para que la riqueza se revierta en esas mismas zonas, se hace realmente difícil cuando no imposible. Sus sectores productivos y/o económicos, reconociblemente más estacionarios y mucho más dependientes de factores exteriores, son mucho más variables e inestables ante estadios de crisis, sobre las que además podemos incidir de forma menos controlada.

En conclusión:

Organizar nuestro modelo social bajo un sistema de producción industrial supone disponer de mayores recursos y mejores herramientas para generar riqueza y estabilidad. En estos sistemas, los ciudadanos gozan de más oportunidades para emprender sus proyectos de vida y el diseño está más arraigado y mejor valorado.

Y partir de aquí, que cada cual juegue a lo que quiera.

Noviembre 2018