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Decálogo Ético para la Práctica del Diseño.

Desde hace algunos años varias de nuestras asociaciones profesionales están inmersas en la labor de dar visibilidad y “dignificar” presuntamente el sector aportando recursos para su mejor regulación y desarrollo.

Bienvenidas sean siempre todas las aportaciones aunque considero que toda iniciativa que pueda afectarnos colectivamente debería estar marcada por la prudencia del verdadero respaldo que tienen aquellos que las definen, proponen e implantan. Y es que en términos estadísticos y a pesar de no disponer de un censo preciso de los diseñadores profesionales activos, no sería descabellado afirmar que el número de asociados, es decir el volumen de aquellos que, en cierto modo –y sobre algunas propuestas- tienen el poder de cambiar las cosas, vendría a representar un % bastante pequeño del tota. De ser así, ¿tienen derecho estas asociaciones a decidir en nombre de todos? No es una cuestión baladí cuando su criterio y el peso de la visión particular que tienen sobre el diseño pueden acabar influyendo y condicionando el trabajo de cualquier profesional, asociado o no. Y tanto para bien como para mal.

A propósito del tema, llevo algún tiempo leyendo y releyendo los 10 puntos del código ético para la práctica del diseño que han formulado parte de estos equipos de trabajo y, ¿qué queréis que os diga? No logro empatizar totalmente con él y me preocupa un poco que no se ajuste a la responsabilidad que, como diseñador industrial asumí desde mi primer proyecto.
Me inquieta esta la distancia porque considero que no es un tema menor; las normas éticas definen la línea de aquello que, como individuo con participación social, está bien o está mal y pueden motivar en nosotros el sentimiento de culpa.
Personalmente me considero una buena persona y un buen profesional. Tolerante y respetuoso y sobretodo un ferviente defensor del diseño por encima de mi propia práctica así que algo debe de fallar en este decálogo ético cuando hay mandamientos que me chirrían o que simplemente no encajan en la percepción que tengo sobre mi trabajo y sobre el diseño.

No se si es sólo un problema derivado de las diferentes visiones que existen del diseño y la manera en la que libremente lo practicamos cada uno de nosotros. Por este motivo, me parece interesante trasladaros aquí mis opiniones personales y concretas sobre este asunto, por si acaso soy yo el que no las entiende en la medida en la que se han propuesto.
Al parecer el documento tiene carácter de borrador pero "apunta maneras" que avalan la crítica.

[ En términos generales, más allá de las puntualizaciones que se especifican, creo que lo que más sorprende de esta recomendación ética es precisamente eso; que no sea una recomendación. Desde el tiempo y la forma verbal en la que están formuladas las oraciones, que indican acción casi de obligado cumplimiento o la total ausencia de frases del tipo “en medida de lo posible”, “minimizando los riesgos de”, “se recomienda” o “a consideración” pienso que estrecha en exceso nuestra labor como diseñadores, muy al contrario de otros documentos de carácter similar realizados con anterioridad.
Siendo conscientes de que tomamos cientos, por no decir miles, de decisiones en el transcurso de un proyecto y que muchas de ellas podrían llegar a suponer importantes dilemas morales por estar confrontadas con este tipo de códigos colectivos, tenemos que exigir a los organizadores de nuestro sector que sean extremadamente pulcros y cuidadosos cuando gestan este tipo de instrumentos.
Que no olviden que las palabras son muy importantes. Diseñamos con ellas con la misma importancia que dibujamos y en este caso tienen que aportar, no solo todo el rigor posible sino el sentido preciso que queremos que tengan. ]


Decálogo Ético para la Práctica del Diseño

1. - Defendemos la profesión y no realizamos acciones que puedan perjudicarla. Mantenemos un comportamiento responsable y generamos el bien común transmitiendo valores éticos.

Más allá de mi propia posición personal que puede perfectamente empatizar con el enunciado, creo que la idea “del bien común” puede incorporar aspectos ideológicos y sociales muy concretos que podrían enfrentarse con la libertad de pensamiento que le debemos atribuir a todo diseñador. De esta forma, no cabria dicha especificación literal porque limita derechos.
Además, desde el punto de vista del desempeño profesional, el diseño no tiene “per se” una función estrictamente pública, entiéndase que me refiero al diseño concebido como un servicio destinado a todos o en beneficio de todos, sino que se desarrolla mayoritariamente en el ámbito privado por medio, normalmente, de empresas también privadas y usuarios con pleno derecho y poder de adquisición y decisión. Atendiendo esta libertad de la que disponen las partes para realizar acuerdos en el ámbito privado, el diseño puede perfectamente circunscribirse y/o restringirse a un colectivo minoritario, exclusivo y/o particular, no estando obligado a velar por intereses superiores o comunes sin que por ello pudieran atribuírsele acciones o procedimientos poco éticos. Muy al contrario, la historia nos ha demostrado que un diseño sometido al capitalismo y al mercado, no solo acaba generando riqueza a muchos los niveles, más allá del que genera el propio intercambio mercantil sino que puede establecerse como una sólida estructura económica que permite la configuración de ciertos modelos sociales basados en el bienestar. Sociedades industrializadas que no pongo en duda de que deban y puedan mejorarse por las desigualdades que también existen. Pero este es otro tema.

2.- Aplicamos y fomentamos el diseño universal, inclusivo y accesible, manteniendo una visión social responsable y crítica.

Aunque podemos argumentar las mismas contradicciones justificadas en la parte final del cuestionamiento del punto 1, esta segunda regla es sencillamente una quimera en su planteamiento primero. No existe el “diseño universal” porque no existe el “usuario universal”. Este es un concepto que se utiliza en diseño para representar una mayor expansión de las soluciones pero es reconociblemente como inexistente, tanto desde el punto de vista práctico y funcional como en el terreno cultural puesto que lo que en una sociedad es admisible y tolerado, en otra puede no serlo sin que con ello se devalúe código ético alguno.
Consideremos que el diseño, siempre que esté ajustado a ley, puede restringirse a las necesidades particulares de cualquier cliente y de los usuarios de destino que, normalmente representan a grupos muy determinados. Por esta razón, no necesariamente todo diseño debe estar englobado dentro todos los perfiles, estereotipos y/o de los colectivos que en este mandamiento podrían interpretarse.

3.- Diseñamos con perspectiva de género, sin perpetuar estereotipos ni actitudes sexistas, e incorporamos también estos criterios a nuestras relaciones profesionales.

Cabe una lectura muy similar que la realizada en los puntos anteriores. La regla presenta un idealismo inalcanzable en la práctica y vendría a limitar la libertad del proyecto, tanto en cuenta se limita la del diseñador, la del cliente y la del usuario. Paralelamente se insinúa –creo que en exceso- una línea ideológica que puede estar reñida, en algunos casos, con trabajos totalmente respetuosos con el ser humano realizados dentro de la legalidad vigente.

4.- Protegemos el medio ambiente, promovemos el desarrollo sostenible y fomentamos la economía local trabajando con proveedores cercanos.

Lo comparto pero creo que debería matizarse de forma expresa: “En medida de lo posible”.
Cualquier diseñador, buscando la máxima optimización del proyecto y el mayor beneficio para su cliente y para si mismo, debería disponer de total libertad para proponer, si de él depende, la fabricación de su propuesta allí donde considere que se ajusta mejor a los objetivos y compromisos del proyecto que, no tienen porque ser los que en este punto se definen.
Si se me permite, desde el respeto, creo sinceramente que es un punto algo absurdo porque no todos los diseñadores y/o clientes tienen proveedores de todos los servicios, tecnologías y procesos siempre cerca y a los precios y calidades que requiere cada proyecto particular.
Por otra parte, hablar de “economía local” o incluso del “slow design” que parece destilar la norma, marca nuevamente un perfil ideológico muy concreto que no debería caber en un decálogo genérico, siendo una propuesta más propia de un movimiento intelectual que una norma reguladora de buenas prácticas para un colectivo profesional que puede incorporar todo tipo de sensibilidades.

5.- Respetamos el trabajo y la reputación del resto de profesionales, sin difundir críticas injustas e infundadas, y nos posicionamos contra el plagio y la competencia desleal.

Comparto totalmente.

6.- No participamos en convocatorias en las que no se valore de forma adecuada nuestro trabajo y nos oponemos a las competiciones especulativas.

Lo ampliaría. Es un punto que tendría plena credibilidad y que nos serviría para medir el compromiso del sector si se penalizara también de forma expresa la dinámica que realizan actualmente muchísimos de nuestros colegas, como es el planteamiento indiscriminado de ideas con la finalidad de poder venderlas a las empresas estableciendo únicamente el cobro de un royalties. Este procedimiento, que lapida la cultura del proyecto y resta sentido al diseño mismo, no solo incide negativamente sobre los que pretenden cobrar siempre por el trabajo realizado (sería lo más justo) sino que además está comprobado que rebaja el nivel de calidad del conjunto del trabajo del diseñador y fomenta la competencia desleal al máximo nivel porque muchos de nuestros colegas están “de facto” trabajando a coste 0 a expensas del cobro a futuro.

7.- Promovemos el respeto a los derechos de autor y a los derechos de explotación de nuestros trabajos.

Comparto.

8.- Nos implicamos con quien nos contrata, velando tanto por el proyecto como por la información que nos confían. Definimos el trabajo y la remuneración de forma transparente.

Este es un punto importante que comparto totalmente y que además justifica de pleno el cuestionamiento de los puntos 1,2,3 y 4 por la limitación de libertades que pueden presentarse dentro del proyecto.

Apoyado en el punto 6, reflejaría aquí de forma muy clara dos aspectos; uno es la recompensa obligada por el trabajo realizado, más allá de las posibles compensaciones a futuro (royalties) y la otra es la penalización del cobro de comisiones y “mordidas” por las labores que puedan realizar terceros en el ámbito del proyecto en curso. Esto es algo muy habitual que seguramente se tolera por el presunto maltrato económico que vive el diseño pero está muy claro que juega muy en contra de la transparencia y de la propia competitividad del diseño.

9.- Adquirimos los conocimientos necesarios, y mantenemos en todo momento el interés por actualizarlos para ofrecer siempre los resultados más convenientes.

Comparto a medias. Normalmente el baremo de conocimientos necesarios para el desempeño profesional se tendría que establecer en una cota de mínimos para fijar un umbral de resultados mínimamente aceptables. Deberían establecerse con claridad los requerimientos de titulación mínima. Algo que además acabaría con la amnistía que hemos venido tolerando y que, aunque no lo reconozcamos de forma abierta, ha influido negativamente dando voz, voto y visibilidad a los que han visto en el diseño una alternativa a su fracaso en otros campos.

Por otro lado, creo que la mayoría de los profesionales en activo, en mayor o menor medida, se reciclan constantemente. Hablar de forma expresa de una actualización perpetua de conocimientos -de forma casi obligada- podría acabar estableciendo un nivel de máximos que en la práctica no tiene porque tener nada que ver con el nivel de las soluciones pero que, sin embargo, podría llegar a ser excluyente. Hablamos de diseño.

10.- Transmitimos estos valores a todas las personas relacionadas con nuestra profesión, como parte de nuestro trabajo, tratando siempre de fomentar las buenas prácticas en el diseño.

Un punto correcto si todos los puntos fueran correctos.

Realizadas estas observaciones que, reitero que son totalmente personales, entiendo y reconozco que toda acción de diseño es un acto ideológico en sí mismo. Una lucha constante entre el poder del mercado y la industria y el reparto de beneficios a la sociedad. En definitiva, un posicionamiento y una visión social y general sobre el mundo con la que es imposible contentar a todos. Pero también comprendo y asumo con total naturalidad que cada diseñador pueda plantear el diseño que quiera, siempre que esté ajustado a ley, sin posibilidad del desprecio de los colegas o el colectivo. Es lo más justo.
De este modo, considero que un organismo que ha de velar por el mayor número de profesionales debería haber sido algo más aséptico y neutro en este sentido y haber planteado un decálogo de recomendaciones de carácter menos impositivo y con una menor carga ideológica ya en su estado borrador. Un instrumento estudiado al milímetro en su forma y en su fondo, válido para un conjunto diverso y plural como es el nuestro. Algo que, en absoluto tiene que estar reñido con el establecimiento de unas normas que nos permitan a todos, sin condición alguna, una mejor práctica de la profesión.

Enero 2019

Soy muy consciente de que es muy difícil, por no decir imposible, escapar de nuestros propios esquemas mentales y que estos están siempre presentes, de uno u otro modo, en cada una de nuestras acciones y planteamientos. El contexto y las corrientes también nos influyen sobremanera así que, a pesar de la crítica expuesta que intenta sumar, agradezco y valoro enormemente el trabajo realizado por mis compañeros y colegas.

He puesto en conocimiento de la organización esta opinión y la han tomado a consideración. Algo que deseo agradecer desde aquí a mi colega Uqui Permui que ya me brindó la oportunidad de participar de este debate. Muchas gracias. Seguimos...