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La nueva personalidad del diseñador industrial

¿Respondemos los diseñadores industriales a un estereotipo? Y lo que es peor, ¿condiciona, en general, nuestras posibilidades profesionales?

Sin duda. Y la generalización en este sentido es siempre injusta para muchos. Los diseñadores arrastramos la evocación de una imagen frívola, irresponsable y artística amasada a partir de unos pocos y siempre con la complicidad interesada de los clientes y del mercado. Una visión que hemos acabado pagando la mayoría porque los clientes contrastaban esa idealización con la primera imagen que captaban de nosotros. Nuestro trabajo, nuestras ideas y todo lo demás, colocado en un segundo término, dejaba de importar o era colateral.

A nuestro favor, cabe decir que poco a poco se van rompiendo los esquemas. Esa imagen, en parte errónea por considerar al diseño como un arte, va quedando obsoleta y se destierra porque es escasa e imprecisa para definir y entender una disciplina tan compleja como lo es el diseño industrial.

La madurez de nuestra disciplina, la necesaria búsqueda de resultados empresariales y los últimos cambios sociales e industriales también han contribuido favorablemente a un cambio de percepción. La especulación y el arte se cotizan cada vez menos en el mundo del diseño y afloran nuevas y precisas visiones –haciéndose más justicia- que nos proponen como profesionales de carácter mucho más técnico, reflexivo y metódico. Diseñadores que ofrecen, lógicamente, más garantías.
Así pues, poco a poco esa personalidad general que de nosotros tenía la gente, sobre todo el empresariado y el mercado, cambia y vamos logrando una definición más exacta de nosotros. Que además habla de mejor forma sobre nuestra profesión.
Ante estos cambios también es hora de que nuestras asociaciones, universidades y organismos, no solo empiecen a defender esta posición -más ajustada a la realidad- sino que también tienen que alejarse de aquellos estereotipos que nos han hecho más daño. Tomen nota señores.

El diseñador industrial de hoy nunca niega la complejidad de un proyecto. Ni tan siquiera en las fases más iniciales donde aparentemente todo es posible. Y es que sobre el papel se aguanta todo bajo ciertos perfiles. Sobre todo aquellos que nos han hundido.
De entrada, ya desde el preciso momento en que el cliente nos traslada el briefing, las ideas o las pretensiones, advertimos bastante bien la complejidad que se demanda en cualquier solución. Y es que está claro:

-Si un proyecto, por sencillo que parezca, no albergara problemas (y problemas), el diseño –en su razón fundamental- no tendría mucho sentido.

Hoy día el semblante del diseñador es mucho más “serio” en un sentido de responsabilidad. Alejándose así del desparpajo, el tuteo y la soltura que otros mostraban en el pasado y que ha propiciado nuestra fama. Hoy la humildad del diseño industrial pasa por la seriedad y el rigor de saber aceptar y emprender los retos con claridad y profesionalidad.

Esta nueva toma de consciencia nos obliga a compaginar la ilusión –que todo diseñador debe tener- con esta ingestión de los primeros problemas advertidos ante cualquier proyecto.

Bajo este prisma todo proyecto supone un reto. Un reto de verdad. Un apasionante reto en busca de las soluciones más objetivas posibles.
Hoy mostramos a los que nos juzgan con nuevos ojos, que sortear los problemas para que el resultado se ajuste a las necesidades del cliente, del usuario y del producto es siempre un camino duro que debe ser emprendido con responsabilidad y seriedad.

Cambian los tiempos, estemos preparados.

Los empresarios, clientes por excelencia de nuestros servicios, deben de empezar a vernos como profesionales rigurosos porque solo así confiarán en el diseño industrial cuando más deben hacerlo. Cuando, si cabe, es más importante; ante una dura crisis económica como la que padecemos.

Febrero de 2013