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Diseño industrial e identidades culturales

Desde hace unos años mis viajes han tenido diferentes destinos europeos y he observado, llevado por mi deformación profesional, que el parque “objetual cotidiano” de cada ciudad varía de un país a otro más allá de la globalización y lógicamente de lo obvio.

Aun existiendo muchas diferencias sutiles que pueden escaparse a los más profanos, la verdad es que no hay que fijarse mucho para poder advertir diferencias más notables de diseño en todos aquellos objetos de uso cotidiano que nos rodean o con los que interactuamos en esos nuevos contextos, como por ejemplo en las manetas de las puertas, en los vasos, en los utensilios de menaje, en la iluminación pública, en la señalética, en el mobiliario urbano y un largísimo etcétera.

Objetos que nos permiten entrar en contacto palpable y real con la nueva cultura del país foráneo en el que nos encontramos. Un nuevo entorno artificial establecido por un cúmulo de elementos identificativos que no solo nos muestran rasgos particulares sino que nos indican nuevas costumbres, modos, maneras y relaciones.

Podemos ser plenamente conscientes de que nos hallamos ante un contexto cultural ajeno al nuestro a partir del análisis de este entorno artificial. Objetos que nos hablan de una sociedad particular y que nos permiten con su interactuación cierto nivel de integración.

Al margen del análisis particular de los objetos de cada cultura, de cada país o incluso ciudad, si contrastamos el entorno artificial de una cultura frente al de otra podremos advertir claramente a las industrias autóctonas y/o locales que producen objetos y productos que están totalmente impregnados de claros rasgos identificativos y a las empresas globales y/o multinacionales que mantienen cierta uniformidad general de una a otra cultura.
Y si analizamos con más detalle todos esos productos fabricados por las multinacionales también podemos encontrar, en la mayoría de los casos, rasgos particulares que se han propuesto de forma intencionada para hacer los objetos permeables a la cultura de destino y acercarlos a un "consumidor cultural". Así que de una u otra manera la identidad cultural propia siempre prevalece por encima de todo.

Creo que el diseñador industrial está en cierta forma condicionado, pese a la globalidad impuesta por los mercados y al deseo propio de lograr productos universales y proyecta normalmente los objetos en base a la cultura que lo cobija.
El diseñador industrial no puede, o quizás no desea escapar, de su profundidad cultural y de su propia circunscripción y aunque trabaje bajo conceptos universales los compagina con recursos formales que le permiten la identificación y la comunicación cultural.

Es cierto que existe un diseño industrial universal sometido a unas funciones objetivas comunes y aceptamos que existe una "cultura globalizada" sometida a unos intereses de mercado pero al margen de todo ello los diseñadores industriales somos capaces de ubicar a los objetos en su adecuado contexto y los dotamos de rasgos personales-culturales que permiten integrarlos de forma natural dentro de un círculo concreto mediante el control de su resultado estético.

Siempre he creído que Diseñar obliga a mantener nuestra personalidad cultural, al margen de ciertos órdenes superiores que imponen sus propias normas, así que debemos intentar trabajar siempre teniendo en cuenta la existencia de esa identidad propia.

Septiembre de 2010